viernes, 25 de diciembre de 2009

DE SERGIO SARMIENTO. "Ahora ni siquiera quieren que tengamos miedo".

JAQUE MATE

Amedrentados
24 Dic. 09

"No habremos de amedrentarnos por criminales sin escrúpulos". Presidente Felipe Calderón.

Entiendo que el gobierno no puede rendirse ante el crimen organizado, pero es imposible no sentirse inquieto cuando el presidente Felipe Calderón declara que "no habremos de amedrentarnos" tras la ejecución de la madre y los familiares del marino Melquisedet Angulo Córdova en su humilde vivienda de Paraíso, Tabasco.

Los altos funcionarios pueden darse el lujo de no amedrentarse ante los actos de violencia de los criminales. Siempre están resguardados por escoltas, camionetas blindadas, altos muros y dinero. El ataque contra la familia del maestre Angulo, caído en el operativo de Cuernavaca contra Arturo Beltrán Leyva, nos recuerda que quienes no pueden darse el lujo de no estar amedrentados son los mexicanos comunes y corrientes. Muchas veces nos han dicho los altos funcionarios y políticos que en la lucha contra el narco el que nada debe nada teme. Pero la realidad es muy distinta. Nada debía, pero mucho tenía que temer, la señora Irma Córdova Pérez, madre del maestre Angulo. Nada debía tampoco Patricia Terroba, quien pagó con su vida el haber salido de su casa en el fraccionamiento Los Limoneros de Cuernavaca durante el operativo de la narcoposada del 11 de diciembre. Nada debían tampoco los ocho muertos y un centenar de heridos por la detonación de una granada en los festejos por la independencia del 15 de septiembre de 2008 en Morelia. Nada debía Anahí Guillén Méndez, de 3 años de edad, quien falleció por las heridas causadas por la explosión de una granada el pasado 16 de diciembre también en la capital michoacana.

La lista de víctimas inocentes de la guerra contra el narco es grande y crece cada día. Podrán decirnos los políticos que son bajas inevitables, pero nadie puede negarnos el derecho a tener miedo, a sentirnos amedrentados tanto por los criminales como los soldados y policías que nos apuntan con sus armas en los retenes y se meten a nuestras casas sin órdenes de cateo por supuestas denuncias anónimas. Todas las muertes son un pequeño precio a pagar en el camino a la victoria contra el narco. Son las palabras típicas de los políticos y los comandantes en todas las guerras. La muerte de inocentes es un sacrificio, pero el fin siempre justifica los medios. Hay una victoria en el horizonte que hará que todo el esfuerzo valga la pena. Eso le dijeron al pueblo alemán el káiser en 1918 y el führer en 1945.

Pero ¿cuál podría ser la victoria en esta guerra contra el narco? ¿Realmente acabaremos con la producción o la distribución de drogas? ¿Podrá el gobierno detener a todos los narcotraficantes y conseguir que nadie en México o en Estados Unidos se meta ya en el cuerpo sustancias perjudiciales a su salud?

La verdad es que ésta es una guerra sin posibilidad de triunfo. Arturo Beltrán Leyva, el jefe de jefes, está muerto, pero esto no detendrá el tráfico ni el consumo de drogas. Veremos batallas entre nuevos operadores que con creciente violencia se disputarán los territorios del capo muerto.

En las cumbres del poder esto importa poco. Todo conflicto tiene bajas civiles que no deben distraer a los comandantes en su cometido. Es mejor que alguien muera a que pueda fumar un cigarrillo de marihuana. Ahora ni siquiera quieren que tengamos miedo. "No dejaremos que nos amedrenten" nos dicen desde atrás de sus barreras de escoltas y de los gruesos muros de las residencias oficiales.

La verdad, sin embargo, es que la sociedad mexicana está amedrentada y tiene toda la razón de estarlo.

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